
Esta nota va a pedido de Martín Giménez.
Aunque yo creo que el la hubiese escrito mejor.
Ahí van las almitas centrifugadas.
Vuelan.
Y no hay Loreal que te estire los contornos llorados de los
ojos.
Planean.
Como el águila americana.
Con la bemba torcida.
Y la
Kalishnikov on fire.
Pululan las almitas centrifugadas.
Antes.
Aprendieron latín.
Tejer crochet con una sola aguja.
Como deshuesar el pollo con los dientes.
Vieron el lado oscuro del culo.
Llenaron cuadernos arte escribiendo hasta el espiral.
Surfean las almitas centrifugadas.
En la ola de mierda.
Con el hociquito fruncido.
Tapando la hediondez con el humito tenue de un sahumerio.
Rebotan las almitas centrifugadas.
En los espejos de un telo.
Que no es otra cosa que una de las variantes del infierno.
Se chupan.
Jadean.
Hasta sacar espuma por la boca.
Penen las almitas centrifugadas.
Sin una ficha que les permita lavar el cuero.
Que les permita pagar su deuda en el ultimo rapad pago
abierto.
Sin un valet que los planche.
Que los tenga.
Que los mantenga vivos.
Y así se van arrugando.
Desde adentro.
Desde las tripas.
Ahí van las almitas centrifugadas.
Con la cara cargada de tajos.
Se surcos tan profundos como los canales de Marte.
Sin un Revlon que les disimule la tristeza.
Sin un facial de guasca que los haga volver a sentir.
Que fueron.
Que podían haber sido.